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En los últimos años, hemos oído mucho sobre la llamada «generación de cristal», un término que se suele usar para describir a los jóvenes nacidos entre 2000 y 2010. ¿Son realmente frágiles? ¿O estamos frente a un fenómeno mucho más complejo?
Con la asesoría de Marcela Tascón, psicóloga adscrita a Coomeva Medicina Prepagada
Uno de los grandes problemas de nuestra sociedad actual es la salud mental. Las tasas de ansiedad y depresión no dejan de aumentar, y los jóvenes están en el centro de esta tormenta. Si eres padre o madre o tienes a tu cargo la crianza de niños o jóvenes, este artículo te puede dar muchas claves para entenderlos y guiarlos mejor.
Desde la pandemia, la incertidumbre se ha convertido en la constante de nuestro día a día. Vivimos en una montaña rusa de cambios rápidos y constantes. Esto ha hecho que nuestras mentes se adapten y se vuelvan más flexibles, pero también ha creado una paradoja: cuanto más flexibles somos, más nos damos cuenta de que no tenemos el control. Esa falta de control genera ansiedad, una sensación de estar siempre al borde del precipicio. Para las personas que nacieron entre 2000 y 2010, esta sensación es mucho más acusada. Es el famoso FOMO o miedo a perderse algo.
Los jóvenes entre los 15 y 25 años de hoy enfrentan un reto enorme. Tuvieron que crecer rápido y adaptarse a una realidad completamente distinta a la que conocieron en su niñez y adolescencia. Muchos vivieron parte de su juventud en aislamiento, sin contacto social físico, tan importante para el desarrollo emocional. Y lo que es peor, sus padres no tenían cómo ayudarlos porque estaban aprendiendo sobre la marcha, igual que sus hijos.
Pero ¿eso hace más frágil a esta generación? No necesariamente. Les ha tocado aprender a navegar en un mundo completamente nuevo, lleno de incertidumbres y presiones. Han tenido que adaptarse a la falta de estabilidad y, aunque eso los ha hecho más conscientes y sensibles a ciertos problemas, no significa que sean incapaces de enfrentarlos.
Cuando los hijos tienen problemas, es esencial analizar el entorno en el que crecen. Un ambiente familiar estable y armonioso es fundamental para que los jóvenes se sientan seguros. Esto no significa que deba ser un hogar «perfecto» o tradicional. Los niños pueden vivir con padres divorciados, con los abuelos o en familias monoparentales, y aun así sentirse estables si encuentran un entorno coherente y lleno de afecto.
Aquí entra en juego otro factor importante: la crianza. En un intento por compensar la inestabilidad, muchos padres optan por sobreproteger a sus hijos, dándoles todo lo que quieren y más. Pero esta sobreprotección, aunque bien intencionada, puede ser contraproducente. Los niños no aprenden a desarrollar resiliencia, esa capacidad tan necesaria para enfrentar las dificultades de la vida adulta.
La generación de cristal, si es que existe, no es el resultado de la fragilidad inherente de los jóvenes, sino de una sociedad mutante y un sistema de crianza que a veces falla. Los jóvenes que crecen sin la oportunidad de enfrentarse a pequeñas frustraciones en su niñez llegan a la adultez sin las herramientas necesarias para manejar los golpes de la vida. Y esto se agrava con la cultura de la inmediatez que promueven las redes sociales, donde todo está a un clic de distancia y la satisfacción es instantánea.
Es cierto que en la actualidad tenemos acceso a más placeres inmediatos que nunca: entretenimiento, compras, comida… todo lo que queremos, lo tenemos al instante. Pero, paradójicamente, eso también ha traído consigo más frustración. Cuando los placeres instantáneos se convierten en la norma, la paciencia, la perseverancia y el esfuerzo pasan a un segundo plano.
Entonces, ¿qué es lo que realmente necesitan los jóvenes? Un cambio en nuestras relaciones, más tiempo de calidad, más amor y un entorno que fomente el apego seguro. Necesitamos recuperar valores humanos fundamentales, como el esfuerzo, la empatía y la capacidad de convivir con la incertidumbre.
Al final, no se trata de una generación de cristal. Se trata de una generación que, como todas las anteriores, está enfrentando los retos de su tiempo. Y esos retos, aunque distintos, no los hacen más frágiles. Al contrario, son una oportunidad para que todos, como sociedad, aprendamos a ser más resilientes.
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